El tiempo me ha enseñado a ver la belleza en la nobleza y no en la piel o en la cartera,
a enamorarme de unos ojos por su transparencia y no por su apariencia, a creer en lo que dicen unas manos y no los juegos de la indiferencia, a entender lo que me gritan sus lágrimas y lo que no me dicen sus palabras.
También le he aprendido que disfrutar de un momento siempre vale la pena, porque así es como finalmente, los recuerdos se crean.
Que los amigos son oro, del que se vale admirar, que sí bien, hay montañas repletas, pero no todos son de fiar, que los verdaderos procuran siempre estar al pendiente y dar una mano firme para que se pueda continuar.
El tiempo me ha demostrado, cómo a su paso nos va transformando, llevándonos de la mano, mientras forjamos nuestro camino, nos cambia de ser sólo uvas a ser un juicioso vino.
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