Dejando de vivirte

Cuánto no he de extrañarte, que mi corazón se tropieza al querer latir, sin tí;
que me falta el aire, que me sobra el tiempo, que no veo motivos para seguir.

Mira si no he de quererte conmigo, que aunque tenga abrigo, muero aquí de frío, lejos de tu piel; es este afán de abrazar la rosa, que aunque sea hermosa, me está matando con su hiel.

Qué duro es entender que el fuerte en el que fuimos uno, ahora es una pared; un muro tras el que seguirá girando tu mundo, pero yo ya no seré parte de él.

Maldita costumbre, tu aliada, fingió bien no saber nada, siguió haciéndome feliz; qué estúpido mi corazón, qué ingenuo, sentirse vivo con solo verte vivir a ti.

Permanezco inerte en esta isla viéndote partir, no sé si lo que me ahoga es la marea o el dolor que de mis ojos no deja de salir.

Perdón si de pronto me rehuso a dejarte, sé que el irte o quedarte no está más a discusión; nunca imaginé que un día de ti tendría que alejarme, pensé en toda una vida juntos, nunca en un adiós.

Ya sé que ésto no es un sueño, que es cierto que tu mano ya no sostiene la mía; qué no daría por detener este tormento, despertar y saberme sólo yo quien degusta del brillo que irradia tu piel, al amanecer de cada día.

Mientras el fuego de tu adiós quema y mata lentamente, mi ser se desvanece al compás de tu partida; y aunque dejas mi vida llena de recuerdos, así también la dejas vacía, pero aun lloro y aun respiro, y sé que eso sanará la herida.

En mí siempre estarás tú, aunque eso en ti ya no sea relevante. Levanto la mirada y me alejo de la puerta que tú cerraste; respiro profundo y abrazando mis miedos, continúo mi camino, por mí y para mí, de ahora en adelante.