De la mano llevé tus lágrimas hasta el jardín del cual renacería nuestro amor, en el camino sentí tu aroma, era tal cual el murmuro sutil de una flor, de pronto un día ante tus brazos mi cuerpo se rindió, vi tus ojos, tu sonrisa y entonces mi alma te descubrió,
tantas vidas de conocerte y yo apenas había reconocido tu voz.
Te abracé fuertemente con mi aliento, te sembré en mi corazón, e hicimos de nuestro reencuentro, la cuna de un árbol fuerte del que renacerían nuestras almas ante el sol; mi alma hizo un juramento, un te amo en cada latido de mi corazón.
Bendigo el día en que tus ojos volvieron a ser luces del cielo y el viento atrajo tu atención, aunque entonces tus alas se extendieron y una sed por volar invadió tu corazón, mientras el mio no tenía más nada que ofrecerte y se conformó con verte feliz anidando hacia otra dirección; mientras el mio moría por dentro, pero se mantenía de pie admirando tu transformación, mientras tu sonrisa se volvía una bella estrella, inalcanzable de mi cielo, y tus ojos, aquel increíble girasol.
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